Schroeder resolló en la noche helada y corrió hacia la oscuridad. Ramas y espinas le arañaban la cara, pero hacía un rato que el frío y la adrenalina le habían arrebatado cualquier sensación. Corría por su vida.

Echó un vistazo por encima del hombro. Se estaba acercando. No se cansaba, no aflojaba el paso. La sombra zigzagueaba con facilidad entre los árboles como un hilo en un tapiz a pesar del peso de su armadura negra de cuerpo entero. Schroeder no paraba de coger aire y exhalar bocanadas de niebla, pero veía que no salía nada de debajo del yelmo del guardia negro.

A Schroeder se le salía el corazón del pecho. Le ardían los pulmones. Sabía que no podría mantener este ritmo mucho tiempo.

Párate y enfréntate a la oscuridad. Las palabras de la leyenda resonaron en su cabeza. Si no conseguía escapar de la sombra, se encontraría con la hoja de su espada.

Schroeder giró rápidamente en la nieve, levantó el brazo derecho y pegó un golpe a la oscuridad. La sombra lo esquivó con delicadeza y respondió con otro ataque desarmando a Schroeder y cortándole los dedos de un solo tajo.

Schroeder gritó y cayó hacia atrás sobre la nieve. Su espada aterrizó con un golpe seco amortiguado por la nevada y sus dedos cayeron alrededor. Gruñó de dolor e intentó de arrastrarse hacia atrás. Lejos. Lejos de la sombra. Los muñones dejaban un rastro de sangre sobre la nieve. El suelo frío calmaba el dolor de las heridas, pero algo le decía que el dolor era el menor de sus problemas.

Crujido. Crujido.

La figura terrorífica caminó lentamente hacia él como se aproximaría un lobo a una presa herida. Schroeder no tenía nada para repeler a la bestia.

Crujido. Crujido. Crujido. Crujido. Crujido.

La oscuridad entre los árboles escupió mil sombras sin rostro más que se acercaban.

«Venga, lacra de paganos», gritó Schroeder con un tono dolorido pero desafiante. «¡Acabad con esto!».

La sombra estaba levantando su rudimentaria espada de hierro hacia el cielo cuando de repente, un mar de llamas refulgentes surgió de la oscuridad. Sonó un cuerno a la izquierda de Schroeder, y la sombra bajó de nuevo la espada. Miró hacia la luz y de nuevo a Schroeder. Se quedó mirándolo fijamente y con un silbido de frustración, volvió a fundirse en la oscuridad del bosque con el resto de sus compañeros.

Schroeder sucumbió al cansancio y cayó en medio de la noche.

*****

Schroeder se despertó días más tarde, casi al final de un pedregoso viaje hacia el sur. Se agarró donde pudo y se dio cuenta de que estaba en la parte trasera de un carro tirado por un caballo. Le habían vendado toscamente los muñones. Estaba exhausto, herido y helado, pero vivo y coleando. Miró hacia atrás y vio a cientos de refugiados ostarios viajando a su lado.

Schroeder se levantó con dolor y contempló las puertas de Turul Város. El académico militar estaba en lo alto de una almena orientada hacia el norte acompañado del edil y los mejores soldados de la ciudad. Vio a Schroeder. A través de las riadas de norteños que portaban el peso de la tragedia y el horror que habían presenciado con sus propios ojos, los dos hombres se saludaron solemnemente inclinando la cabeza.

Ya había pruebas suficientes.

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