Schroeder recorrió los pasillos de la biblioteca. No podía quitarse de la cabeza lo que había dicho Hart en la taberna ni la imagen del ejército invernal. ¿Y si era cierto? ¿Y si su hermano estaba atrapado en el norte mientras un ejército, al que ni el frío glacial detenía, saqueaba sus tierras?

Pasó los dedos por el estante y se detuvo en un viejo tomo cubierto de polvo. Estaba muy usado y sus páginas amarillentas se desprendían del vetusto pegamento que las unía. Schroeder pasó las hojas con cuidado hasta encontrar lo que buscaba: un viejo poema sobre un invierno sin fin que recordaba a medias de sus días de escuela.

Sus ejércitos marchaban sobre la tierra
Por la noche, el hielo y la nieve,
No hay mortal que soporte su guerra
Nada al diablo conmueve.

Los demonios cumplen la voluntad de su amo
Y la tierra se volverá infierno.
Sus ganas de matar son su reclamo
Y durará hasta que acabe el invierno. 

Schroeder cerró el libro de golpe y desapareció en la noche.

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