Schroeder y Hart entraron en la taberna y se sacudieron la nieve de las capas. Fueron recibidos por una ola de calidez y, de alguna manera, confortados por el olor a cerveza seca y las risotadas escandalosas. Una alegre tonada inundaba la habitación. Los habitantes buscaban refugiarse del frío y calentar el espíritu con anécdotas y chistes. Hart se adelantó, atravesó la multitud y fue directamente a la barra.

«Dos cervezas», dijo y deslizó un par de monedas de plata. El mesonero llenó sus jarras, y los dos hombres se acomodaron en una esquina tranquila, lejos del bullicio. Schroeder dio un buen trago a la cerveza y se estremeció, el frío del invierno seguía aferrado a su curtido rostro.

«¿Alguna noticia de tu hermano?», preguntó Hart mirándolo con cierta preocupación.

«Sin noticias de Ostaria desde la cosecha», susurró Schroeder. «En todos estos años nunca he visto un invierno como este. No están preparados para esto. Si se alarga mucho más, van a morir de hambre».

Una sombra pasó sobre la cara de Hart. «Puede que esa no sea su único problema», musitó. «Se habla de movimientos por el norte. Sombras entre los árboles, una legión siniestra que avanza al amparo de la oscuridad helada.  Un ejército».

«¿Un ejército? ¿En invierno?» Exclamó Schroeder incrédulo sin atisbar ni un ápice de diversión en la cara de su amigo.

Heart le reprendió: «No levantes la voz». «Lo más probable es que no sea nada Sé que suena raro, pero creo que recuerdo una historia similar». Hizo una pausa pensativo y miró a su amigo. La incredulidad de Schroeder comenzó a convertirse en evidente miedo, sabía perfectamente de qué estaba hablando. «Cuando era pequeño...»

Schroeder y Hart vieron que un grupo de extraños les observaba desde el otro lado de la barra. Sin mediar palabra, apuraron sus cervezas y volvieron al implacable frío de Turul Város.

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