La sala es cavernosa. Las paredes están adornadas con las cabezas disecadas de todos los animales que puedas imaginar. Los estantes están repletos de adquisiciones ilícitas. El tirano se acerca al centro de la sala llamando la atención de sus hombres sin pronunciar una palabra. Su voz ronca y cavernosa resuena mientras se aproxima a sus trofeos de guerra.

«Esto, amigos, es lo que ocurre cuando los patéticos siervos de estas tierras se rebelan contra mí».

Un hacha con manchas de sangre corona un pedestal de madera retorcida. El tirano la toma en sus manos como si pesase lo mismo que una pluma, examina su tosco diseño y se mofa antes de volver a dejarla en su sitio.

«Arranqué este endeble sucedáneo de arma de la espalda de su portador. Se puso a lloriquear. Muy valiente en la batalla, pero no tanto en la derrota. Me la llevé para hacerle un favor, así nadie olvidará lo cobarde que fue al morir».

Los hombres del tirano escuchan embelesados las palabras de su poderoso líder con la esperanza de ser tan temible como él algún día.

Avanza hasta llegar a una plataforma mucho mayor hecha de hierro y hace una pausa antes de darse la vuelta para dirigirse a sus cohortes.

«¿Veis esto? Este... palo. Uno de esos mequetrefes me lanzó esto al pecho desde su caballo».

Se le escapa una extraña risa al agarrar su larga asta de madera.

«La atrapé al vuelo. Con las manos. Detuve su lanza llameante y la pisé. ¿Cuándo aprenderán que no pueden derrotarme?»

El tirano chasquea la lengua y deja la jabalina en su sitio como si le diese asco tocarla.

Los hombres empiezan a murmurar entre ellos mientras se acerca al centro de la sala, a la joya de la corona. Su trofeo de guerra favorito.

Levanta un arma sobre su cabeza y levanta la voz a un volumen brutal.

«¡Esto es con lo que pensaban matarme los soldados del este! ¡Un mosquete!»

El tirano baja el arma rápidamente, levanta la rodilla y parte en dos la robusta arma. Sus hombres guardan silencio estupefactos.

«Nada de lo que hagan esos supuestos rebeldes me detendrá. Reduciré a cenizas la tierra de nadie antes de irme. Esta sala se llenará de sus armas, sus armaduras y sus cabezas».

Sus hombres vitorean, golpean el suelo y gritan alzando sus armas.

«Que se enfrente a mí quien no tenga miedo y yo le enseñaré lo que es el miedo».