Reginópolis, la capital del reino de Empyros, ha caído ante el ejército del sultán Fatih Suleyman IV. Tras la sangrienta campaña de Season IV: Blood of the Empire, el sultán ha reclamado lo que le pertenece de nacimiento, ha reparado agravios ancestrales y ha convertido el poderoso reino en una provincia del imperio de Anadolou. Las semillas de la destrucción de Empyros fueron plantadas hace casi un siglo por un rey joven, iluso y ambicioso en cuyo temerario ascenso al poder ofreció demasiado a muchos. Las extravagantes promesas que le valieron el trono, sin embargo, han resultado ser su perdición y la de su reino. Uníos a nosotros en este viaje al pasado que servirá de punto de partida para Season V: Legacy of Fire.

El reino de Empyros fue un antiguo y poderoso orden político que consiguió un control casi total sobre el litoral del Mar de la tranquilidad. Los empyreos eran gente instruida y culta, y el reino era venerado por el poder de sus ejércitos. Sin embargo, sus puntos débiles eran la falta de minerales y experiencia para fabricar pólvora, además de una aristocracia díscola cuyas amargas rivalidades socavaron la autoridad de la monarquía.

El reino de Andronikos XI Argyros estuvo plagado de disputas y rebeliones. Cuando el rey fue derrocado, el trono de Reginópolis recibió pronto a un nuevo ocupante que respondía al nombre de Janos I Kainurgos. En su caótico ascenso al poder, el joven rey Janos hizo generosas promesas a sus partidarios para reclamar junto al ejército feudos perdidos alrededor de la capital. Tras su éxito, el monarca fijó un objetivo más ambicioso: reunificar los señoríos de Anadolou en ultramar, una hazaña que sin duda le valdría un lugar de honor en la historia empyrea.

Por desgracia para Janos, las arcas de su reino empezaron a vaciarse, y sus tropas mermaron hasta resultar escasas para enfrentarse a tamaña empresa. El rey reflexionó sobre ello durante muchos días, hasta que el duque Miklos, un poderoso vasallo de la corte, le susurró historias de moradas y templos plagados de tesoros ancestrales en Anadolou. Con estos tesoros olvidados en la manga, el consejero sugirió que el reino de Empyros contratase a un poderoso ejército para navegar hasta Anadolou y marchar sobre sus tierras. Si la campaña duraba más de lo esperado, podía pagarse a las honorables órdenes de caballería que el duque tenía en mente en tierras, cediendo una pequeña fracción del reino que reclamaban.

El rey se dejó convencer, y se enviaron muchas cartas con el lacre real a los grandes maestres de todas las órdenes de caballería desde Ostaria hasta Ungverija, pasando por los picos verdes occidentales. Llegaron tan lejos que alcanzaron los verdes valles adormecidos del río Tutatis y las grandes islas más allá de Vía ballenera. Una cantidad que parecía infinita de soldados venidos del oeste, con espadas largas sin estrenar ansiosas por combatir, marchó hacia el reino para sacar partido de la notoria generosidad del reino de Empyros.

Cien estandartes, uno por cada orden de caballería grande y pequeña, ondeaban desde las almenas del Gran Palacio de Reginópolis. Dentro, en su gran vestíbulo, el rey deliberaba con sus generales. Informó al consejo de que los caballeros habían traído muchas riquezas y estaban encantados de donar grandes cantidades de oro a su causa con condiciones muy razonables. Algunos en la corte se mostraron consternados con esta revelación y se preguntaron, —para sí, por no desafiar la autoridad del rey— cómo iban a devolverse estos préstamos.

El imprudente rey explicó que ya se había gastado los préstamos en los servicios de alquimistas y fabricantes de armas para procurarse suministros de «fuego del infierno», un arma con un líquido incendiario que daría a la flota empyrea una importante ventaja táctica y permitiría el desarrollo de lanzallamas manuales y proyectiles explosivos para sus soldados. El rey esperaba que sus nuevas armas compensasen la escasez de soldados en las filas empyreas y les permitiesen dominar a los caballeros extranjeros y tener ventaja en la campaña de Anadolou.

A mediados de verano, la multitud que congregó a las afueras de Reginópolis ya no podía crecer más. El rey Janos se dirigió a los caballeros desde una plataforma llena de estandartes en el campamento y los alabó por su servicio, dedicación, generosidad y buena conducta. Después les prometió que al otro lado del mar les esperaban grandes riquezas. Cuando cesó el clamor, el rey declaró tanto a los caballeros como a los soldados de origen humilde que habían respondido a la llamada «symmachoi», un término empyreo para los eternos aliados del reino. En adelante, los caballeros occidentales se referirían a ellos mismos como la Hermandad Simaquía. Sonaron las trompetas, el rey saludó a su improvisado ejército, y la gran multitud partió en un viaje por la gloria y la riqueza.

Al principio la campaña fue todo lo que el rey Janos esperaba. La Hermandad Simaquía obedecía a sus superiores empyreos y enviaba todos los tesoros que encontraba en las tierras reconquistadas a Reginópolis para su evaluación. Pero a medida que los caballeros avanzaban hacia el este, crecía el resentimiento y la reticencia, así como las inevitables bajas. La Hermandad pidió refuerzos a sus tierras de origen, y el ejército de rey enseguida se vio superado en número por una cada vez más firme y exigente «symmachoi».

El relativamente escaso envío de tesoros a Reginópolis cesó, y la gran caballería arrasó la comida y el forraje de la tierra como una plaga de langostas. Los ciudadanos de las tierras «reunificadas» eran hostiles y guardaban rencor al rey Janos, a quien solo veían como a un joven tirano que se escondía tras las aves de rapiña de su ejército mientras llenaba sus bolsillos con oro extranjero.

Los generales empyreos, en un intento por intimidar a los simaquíos, prepararon demostraciones de sus nuevas armas alimentadas con «fuego del infierno» para la desfasada hermandad. Sus antiguallas solo alimentaron la ira y el resentimiento de los ciudadanos de Anadolou y los fuegos arrasaron granjas, bosques y ciudades dejando solo desolación a su paso. A los pocos días, los oficiales que supervisaban el campamento de Anadolou fueron expulsados de sus puestos a la fuerza y reemplazados por nobles simaquíos. Algunos feudos fueron incluso capturados y ocupados por la Hermandad en lugar de quedar bajo control empyreo.

Janos y su corte, que se habían negado a devolver el dinero prestado, empleado en las armas de fuego confiscadas, fueron conscientes de su ineludible situación. La Hermandad Simaquía había sido expulsada de Anadolou por rebeldes y tribus de las estepas, y volvía a reclamar lo que era suyo por la fuerza. Y mientras la Hermandad luchaba por recuperar las tierras perdidas, el reino de Empyros estaba a su merced.

La historia quedará en vuestras manos en la próxima actualización gratuita de Conqueror’s Blade: Season V: Legacy of Fire.