Wrath of the Nomads ha llegado a su fin. Con el final del invierno, la horda ha regresado a las estepas del norte dejando atrás ciudades en llamas y compañeros al servicio de la nobleza local. Mientras las Casas libres y las Legiones imperiales se batían el cobre en un infinito tira y afloja, los señores de la guerra derrotados por la horda se convirtieron en una nueva fuerza con el fin de recuperar sus tierras.

Una nueva tierra y una nueva era

En el extremo sureste de Ungverija, rodeada por el Mar de la tranquilidad, se encuentra una península con forma de bota llamada Sicania, una tierra montañosa y fracturada compuesta por multitud de ciudades estado.

En esta tierra, la nobleza amasó la mayor parte de su fortuna gracias al comercio, en lugar de recaudar impuestos a sus vasallos, por lo que aquí guerra y comercio van de la mano. Los mercaderes más ricos, conocidos como patricios, protegen sus caravanas comerciales y sus almacenes con ejércitos de condottieri («contratistas»), mientras ballesteros contratados por días vigilan las ciudades. En Sicania el dinero en efectivo fluye por todas partes. Esta tierra cuenta con los puertos más grandes del oeste, y sus caminos, antiguos y amplios, dan a comerciantes, peregrinos y ejércitos vía libre a toda la península. Los bancos sicanianos prestan dinero a reyes sin fluidez y, a menudo, aseguran sus apuestas financiando a arribistas y rebeliones. El caos pueden resultar rentable para los mercaderes listos y arriesgados.

Los patricios de Sicania suelen agruparse en alianzas para proteger los intereses de sus respectivos negocios. Estas asociaciones rivalizan en riqueza, poder y prestigio con reinos enteros. Por ejemplo, las «colonias comerciales» que hay en casi todas las tierras del continente fueron fundadas por compañías así, y la mayoría de los contrabandistas de los feudos trabajan para alguno de estos patricios.

Los mercenarios de Sicania

El capitán más célebre de las huestes de mercenarios fue Mastino Fortebracci, un rey empobrecido que se convirtió en banquero y, posteriormente, en comandante. Las campañas de Fortebracci lo llevaron a luchar al servicio de numerosos señores por todo el continente y a saquear multitud de castillos. Sus clientes favoritos eran las ciudades estado de Sicania, aunque al igual que los mercenarios del Dragón negro del este, no tenía muchos remilgos si la oferta era buena.

Las tropas de Fortebracci se especializaban en el uso de una sola arma, ya fuese la pica, la espada o la ballesta. Empleaba a expertos artesanos e ingenieros cuando necesitaba asediar un asentamiento fortificado y echaba mano de sus contactos comerciales para espiar si quería capturar un feudo a base de traiciones. Cuando su ejército iniciaba la marcha, se garantizaba comida para tres días a todos los soldados, y todos los materiales grandes o pesados se transportaban en un tren de mercancías compuesto por vagonetas que seguía un diseño estandarizado. Atrás quedaron los irregulares métodos de los señores feudales para dar paso a los implacables y eficaces métodos comerciales de los patricios. Su reputación creció, y los soldados se arremolinaron bajo su estandarte en busca de pagas fijas, provisiones y una parte del botín. Esta fama le permitía seleccionar solo a los mejores, y en cosa de un año, su compañía contaba con sus propios campamentos, granjas, talleres y minas en lo que rápidamente se convirtió en una república mercantil.

La batalla que dio a Fortebracci su lugar en la historia tuvo lugar en la guerra contra los saqueadores del mar. Su compañía tenía la misión de acabar con los temibles piratas de un valle costero donde habían levantado una empalizada. Sus tropas luchaban en casa: espadachines de los mismos pueblos que los saqueadores habían expoliado, y piqueros y ballesteros procedentes de guarniciones de ciudades asediadas. Los soldados de fortuna se abstuvieron de usar la caballería en un valle tan estrecho, ya que sus colinas eran demasiado empinadas para aprovecharlas en las maniobras de flanco. Cuando las tropas de Fortebracci se encontraron con los piratas en la batalla abierta, cayeron sobre ellos con toda su fuerza. Los saqueadores huyeron a su campamento fortificado, pero no les dieron respiro. Una milicia formada por artesanos locales armados con poco más que sed de venganza y los martillos de su negocio echaron abajo sus puertas con un ariete. Los mercenarios se colaron dentro y en menos de una hora los piratas fueron derrotados. Por desgracia, Fortebracci no vivió para celebrarlo, ya que una bala le alcanzó el pecho durante el ataque final.

Con su capitán muerto, los líderes de la compañía Fortebraccio disolvieron su alianza, dividieron las propiedades de la compañía y pagaron a las tropas. A los soldados les resultó fácil encontrar trabajo con solo mencionar el nombre de su último comandante, y los veteranos de sus campañas honraron su memoria adoptando su nombre.