Tiene muchos nombres: baño, servicio, retrete, letrina, váter... Lo llames como lo llames, este ingenioso invento de higiene personal revolucionó el mundo e hizo que todo oliese un poco mejor también.

Los caballeros teutónicos se adhirieron a este nuevo sistema de alcantarillado, y el castillo más importante de Polonia, el de Mariemburgo, alberga el baño más grande de Europa.

Una cadena regia

Los baños medievales eran primitivos pero eficaces, y se tenía en cuenta tanto la privacidad como la practicidad a la hora de construir un excusado. De hecho, la forma en que las letrinas sobresalen de los muros es una de las características más destacadas de los castillos medievales. Los retretes de estas fortificaciones solían estar empotrados en las murallas para que los residuos cayesen al foso o al río. El castillo de Corfe, Inglaterra, tenía pozos que vaciaban directamente en el patio, lo cual no era muy agradable para sus inquilinos.

En el interior, el retrete solía estar retranqueado en un hueco y muchas veces no tenía puerta. A veces venían de dos en dos y estaban separado por una pared, compartiendo el mismo pozo de residuos. El propio retrete solía ser un banco de madera que cubría un agujero sobre ladrillo. Las opciones de papel higiénico incluían hierba, heno y musgo. Ni un rollo de Scottex a la vista.

La limpieza del retrete consistía en arrojar un cubo de agua por el pozo para vaciarlo o desviar el agua de lluvia por el pozo de la letrina a través de canalones. Aunque técnicamente las letrinas se «limpiaban», lo más probable es que siguieran oliendo fatal. El rey Enrique III habló de ese olor en una carta a un alguacil del castillo, en la que exigía una reforma de los aseos de la Torre de Londres:

 

«Puesto que la cámara privada... en Londres está situada en un lugar indebido e impropio, y huele mal, os ordenamos por la fe y el amor por los que estáis ligados a nosotros que de ninguna manera os abstengáis de encargar otra».

Heavy metal

Ahora que sabemos dónde se encontraban los aseos de los caballeros, el siguiente descubrimiento es cómo hacían uso de ellos con esas armaduras tan pesadas. Resulta difícil imaginar cómo se libra uno de todo ese metal para aliviarse, pero las armaduras no solían incluir una placa metálica que cubriera los genitales de los caballeros, sino que se protegían con faldones metálicos. Aunque pueda parecer fácil, la cosa no terminaba ahí. Debajo de la falda llevaban polainas de algodón para evitar rozaduras y un cinturón para separar las placas de acero de las piernas. Con todo ese pesado y complicado equipo quizá necesitasen la ayuda de sus escuderos para poder hacer sus necesidades con total comodidad.

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