Aunque la vida de un samurái pueda parecer emocionante a ojos de los demás, la realidad de su existencia cotidiana distaba mucho de la lucha y la acción ininterrumpida que a menudo retrata la cultura popular. Ser un guerrero era fundamental en la vida de un samurái, pero también podían ser poetas, políticos o incluso granjeros.

La palabra «samurái» podría traducirse más o menos como «aquellos que sirven», y estos honorables soldados pasaban la mayor parte de su vida haciendo exactamente eso. En general, los historiadores coinciden en que los samuráis surgieron en torno al 1185 d.C., cuando el cambio económico y político de Japón dio lugar a aristócratas y terratenientes que necesitaban protección remunerada. Estos aristócratas contrataban samuráis para protegerse tras independizarse y dejar atrás la corte imperial.

Aunque en principio los samuráis surgieron para servir al emperador de Japón, la realidad es que también servían a propietarios de tierras conocidos como daimyo.

Días aburridos

La vida diaria de un samurái no estaba llena de acción como cabría esperar. Un samurái se despertaba y se comía la comida saludable que le había preparado su sirviente, que también lo vestía a continuación. Su atuendo cotidiano era un modesto kimono de seda, por lo general. Los materiales coloridos se consideraban vanidosos, así que los colores solían ser apagados. Los samuráis se peinaban con esmero y se recogían el pelo en un moño conocido como chonmage. La guinda del pastel de esta sencilla vestimenta era el obi (un cinturón que rodeaba la cintura y colgaba por el lado izquierdo), para llevar la espada.

Los samuráis meditaban para alcanzar una mayor claridad mental y emocional antes de ir a entrenar. Perfeccionar la habilidad con la espada ocupaba gran parte de la tarde, pero después, un samurái ayudaba a su daimyo a recaudar los impuestos de los habitantes de la zona o a proteger las tierras. También practicaban otras disciplinas, como la escritura y la caligrafía.

La noche acababa con una cena de sushi y sake, los rezos a Buda y algo de tiempo con la familia antes de acostarse.

La compensación que recibían los samuráis por esta vida eran tierras, comida e incluso dinero.

Un grabado de un samurái (1669 AD)

Pruebas y entrenamiento

Los samuráis vivían según el bushido (el camino del guerrero), un código de conducta que colocaba la lealtad y el respeto hacia su señor, el comportamiento ético y la disciplina por encima de todo.

Los samuráis seguían un riguroso programa de entrenamiento que abarcaba aspectos tanto físicos como espirituales para convertirse en respetados guerreros. El propósito de este entrenamiento era producir guerreros competentes no solo en el combate, sino culturalmente.

El entrenamiento físico giraba en torno al manejo de las armas: katanas (espadas largas), yari (lanzas) y wakizashi (espadas cortas) La equitación y el tiro con arco también formaban parte de su repertorio.

Por supuesto, las artes marciales también estaban incluidas en el entrenamiento. El jiujitsu y el kenjutsu (lucha con espada) mejoraban sus habilidades de combate, lo que les valió el histórico título de maestros de las artes marciales.

Las actividades mentales y espirituales eran igual de importantes en los entrenamientos de los samuráis. Además de estudiar los principios del bushido, practicaban meditación, escribían poesía y cultivaban su sensibilidad más refinada en ceremonias de té.

Sin embargo, como afirma Gavin Blair en An Illustrated Guide to Samurai History and Culture (2022), aunque «se esperaban que un samurái fuese culto y apreciase el arte y la estética, muchos defendían que las únicas artes en las que debían centrarse eran las marciales». Estaba claro que no era el caso de todos los samuráis. El mismo Blair comenta que muchos eran «grandes mecenas del arte y la cultura».

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