Espíritus terroríficos y demonios perversos han poblado el mundo desde la noche de los tiempos, pero pocos infunden tanto miedo y veneración como los vampiros. Sus orígenes se remontan a los primeros relatos de criaturas antropomorfas chupadoras de sangre de antiguas civilizaciones como la mesopotámica. Esta temible bestia de la noche es más que un invento de Hollywood.

Las narraciones vampíricas tienen milenios, y todas las culturas tienen su versión de lo que estos acechadores nocturnos con colmillos tienen reservado para sus víctimas y las características que presentan.

Ahora que se acerca el 31 de octubre y se difumina la frontera entre lo mortal y lo sobrenatural, vigila en quién confías al hacer truco o trato este Halloween. Entonces, ¿cómo puede identificarse un Drácula hoy en día? Estos son algunos rasgos a los que prestar atención (no son solo los colmillos):

Cuando el sol sale, ellos entran

La aversión a la luz solar es uno de los indicadores clave del vampirismo ¿No ves nunca a esta persona a plena luz del día o solo aparece misteriosamente cuando el sol se ha puesto? En los primeros avistamientos de vampiros se relata cómo se retiraban al ver el sol como si minase su fuerza. Pero la explicación lógica para esto es que estas personas sufrían porfiria, una enfermedad que causa ampollas en la piel cuando esta se expone a la luz del sol. O quizá eran vampiros...

No evitan el ajo porque tengan una cita

¿Tu sujeto se niega a comer tus espaguetis? Aunque parezca que está rechazando cruelmente un plato casero, puede que esté evitando el ajo. Las herramientas para protegerse de los vampiros son las llamadas antropaicas, y el ajo es una de las maneras más comunes de mantenerse lejos de sus mordiscos. Tampoco está de más tener a mano un rosario, agua bendita y un crucifijo (los que venden en las tiendas están bien). Aunque el ajo no parece afectar realmente a los vampiros, estos lo evitan como la peste, quizá debido a su conexión con la rabia. Los rabiosos suelen ser hipersensibles y por tanto les molesta el sabor y el olor fuerte a ajo. Eso o son vampiros...

Tiene unos dientes un poco demasiado afilados

¿Fuiste al dentista con tu colega para darle apoyo moral y notaste algo peculiar en sus caninos? Aunque no se han definido características definitivas para los vampiros a lo largo de la historia y la cultura popular, los colmillos suelen ser una parte integral de su código genético, gracias a películas como Nosferatu, que instalaron esta creencia en la sociedad moderna. Usan estos dientes extralargos y puntiagudos para sacar la sangre a sus víctimas, no tienen otro uso. Tu amigo es un vampiro.

No le da miedo volar


El miedo a volar (aerofobia) es bastante común, pero a tu compañero de viaje no parece inquietarle en absoluto. Quizá es porque está muy acostumbrado a volar... como murciélago. Desde que se descubrieron los vampiros en el siglo XVI, y el icono literario Drácula adoptase la forma de esta especie voladora con sónar integrado, está ampliamente aceptado que los vampiros pueden transformarse en murciélagos. Cancela el viaje, porque aquí tu primo es un vampiro.

Selfies en el espejo no, gracias

En algunas culturas los vampiros se describen como seres vivos y en otras no, pero en lo que la mayoría coincide es en que no tienen alma. Si tu encapotado amigo no se hace selfies en el espejo contigo, es hora de echarle un vistazo a esos dientes. De nuevo, la explicación lógica a no querer mirar el propio reflejo está en la rabia. La leyenda dice que se determinaba que una persona no tenía rabia si podía mirar su propio reflejo. Pero puede que fuesen vampiros...

Las invitaciones son importantes para ellos

El asesino en serie estadounidense Richard Chase (conocido como El vampiro de Sacramento) solo entraba en casas abiertas. Si el cerrojo estaba echado, lo interpretaba como una señal de que no era bienvenido, pero si no lo estaba, se lo tomaba como una invitación a entrar, exactamente como un vampiro. Si tu amigo no cruza la puerta hasta que no lo invitas, ciérrale la puerta en la cara a ese vampiro.


Puede que merezca la pena echar una estaca a la bolsa de golosinas la noche de Halloween, nunca se sabe qué acecha tras la puerta a la que llamas (en cualquier caso, esperemos que no sean pasas).